Por María Paz Ruiz
(Colombia)
(Colombia)
He sentido los cambios. Son dolorosos. Mi nariz se ha ampliado
hasta convertirse en dos agujeros tan grandes que aspiran cucarrones sin
avisar. Ya no tengo pies, ahora me han salido unas pezuñas para cuatro patas
que no sé cómo van a resistir mi peso, porque mi piel se ensancha hasta
romperse en carnes horriblemente negras
y peludas. Me redondeo por completo hasta cobrar una figura torpe e
inabarcable. De mi frente despuntan unos dolorosos cuernos que crecen firmes
como sables de color hueso. Cambio de sexo y unas bolas grandes se asoman por
debajo de mi vientre bamboleándose incómodas mientras intento correr.
Llega mi
hombre, pero esta vez sin corbata ni zapatos. Aparece vestido con unas medias
rosas y un traje que emite unos espantosos destellos que casi me dejan ciego.
Se acerca a mí con esos ojos que me gritan que quiere acabar conmigo con
una espada afilada, una espada que
brilla como su chaqueta roja. Me hundo en sus ojos y siento su terror por
poseerme. Los agujeros de mi nariz se expanden, levanto tierra entre mis patas
y nos lanzamos a penetrarnos hasta la extenuación. Mi peso contra su agilidad.
Mi cabeza enorme contra su frágil humanidad de macho diminuto. Me clava su
espada al mismo tiempo que le clavo mi cuerno izquierdo en el hombro.
Él sangra
a borbotones; mi lomo escurre una sangre tibia que cae sobre la arena. Sus
padres aplauden mientras me tambaleo con la vista borrosa. Pero su espada cae
al suelo y deja de brillar. Mi sangre brota incansable pero resisto el dolor.
Lo he agujereado sin perdón y siento que su vida estaba entre mis cuernos
sucios. Su muerte insulsa sale en los periódicos, a mí, entretanto, me llevan a
un antro infecto maldiciendo mi nombre.
- “Hay que deshacerse de esta mala bestia”- refunfuña un veterinario,
sin atender a esa mirada ultrajada, a esos ojos de mujer que ha estado a punto
de ser asesinada por su esposo.
Muy buena ficción, creo que del número es la que más me ha gustado.
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