por Miguel Ángel Segundo Guzmán
Para comprender el “descubrimiento y conquista” de América se
debe entender cómo Occidente inventó a los otros.
A partir del contacto con grupos del Nuevo Mundo, los simbolismos occidentales construyeron
tradiciones; conocerlas es un primer paso para ver cómo el logos europeo las reinventó.
Occidente
es un concepto histórico. Su desarrollo cultural y expansión se entienden como
un proceso civilizatorio con ascensos
y declives que excluyó otredades e historicidades y construyó una imagen
diferente de América. En este despliegue violento, la guerra y la dominación
fueron los ejes del proceso. La relectura de tradición occidental traza horizontes
que adquieren significado en el presente, generando una simbólica que le da
sentido al mundo.
En
las crónicas del siglo XVI se mezcla “lo indígena” con las verdades europeas:
la historia sagrada y la memoria caballeresca. En el otro hay fragmentos de verdad: rasgos agradables para la memoria occidental.
El indio reforzó la identidad del cristianismo al encontrar en él señales que
Dios dejó para el hermeneuta adecuado. Sólo el ojo externo pudo convertir en
texto las “ruinas” —del otro tradición interpretativa que llegó con los frailes
en el siglo xvi—.
Las
sociedades encontradas fueron un pretexto
para realizar la “historia de Dios en el Nuevo Mundo” y situar las tradiciones
de los vencidos en el discurso cristiano,
es decir, colonizar la memoria al traducir al otro. “Domesticar” el modo de vida indígena y su imaginario fue la
tarea de las crónicas, historias escritas para sustentar el nuevo edificio
colonial.
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