Por Lucía Rivadeneyra
A las cuatro de la tarde, me buscas.
Tu voz es el clarín
que pide el paseíllo.
Y son tuyos los ojos
del mundo, del deseo.
Palpas mis callejones.
La arena de mi cuerpo
es lance que se escapa
a tus olés de miedo,
a mi reto de sedas,
ebullición de hormonas
en actitud de entrega.
¡Ay...!, esperanza en estas horas de éter.
¡Ay...!, terrenos contrarios, astifinos.
¡Ay...!, un goce de muerte provocada.
¡Ay...!, lujo de violencia en la franela.
A las cuatro de la tarde, me buscas.
Tu voz es el clarín
que pide el paseíllo.
Y son tuyos los ojos
del mundo, del deseo.
Palpas mis callejones.
La arena de mi cuerpo
es lance que se escapa
a tus olés de miedo,
a mi reto de sedas,
ebullición de hormonas
en actitud de entrega.
¡Ay...!, esperanza en estas horas de éter.
¡Ay...!, terrenos contrarios, astifinos.
¡Ay...!, un goce de muerte provocada.
¡Ay...!, lujo de violencia en la franela.
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