lunes, 19 de marzo de 2012

En el circo

Francisco Enríquez*

Entonces sobrevino un ligero temblor y se formó una nube de humo rojo. Al disiparse esas manifestaciones, el mago Kay-Chen se hallaba sentado en posición del loto justo en el centro de la pista del Circo Chilaquil. El mago era un anciano musculoso. Sólo llevaba puesto un turbante blanco (sí, estaba en pelotas), y su piel era negra de pies a cabeza. Pero no tenía vello. Y no sólo carecía de vello, sino de genitales. Sus ojos amarillos, sin pupila, emitían un fulgor tenue en la oscuridad.

 De pronto, cruzó los brazos y exclamó “Dorismar ven a mí”. Y, en medio de densa niebla dorada, justo al lado derecho de Kay-Chen, apareció Dorismar, la más joven y hermosa de las cuatro asistentes del mago. Calzada con tacones transparentes de aguja y vestida con un bikini anaranjado que apenas velaba su desnudez y que realzaba el encanto de lo que dejaba ver, Dorismar, con el esbozo de una sonrisa asomándose juguetonamente a sus labios, movió los hombros para así mostrarle al público cómo sus fenomenales tetas desafiaban a la gravedad. 

Mi mujer miró atentamente ese desafío, escéptica y envidiosa. Tras varios segundos de lo mismo, Kay-Chen cerró los ojos y exclamó “Zinzoszas”. Al punto, Dorismar comenzó a notar que el sostén le quedaba muy justo. Intentó disimularlo, pero a cada instante le iba apretando más y más, hasta que inevitablemente una teta salió de su sitio. Kay-Chen, que aún mantenía los ojos cerrados, volvió a exclamar “Zinzoszas” y, como respuesta, las tetas de Dorismar empezaron a crecer con mayor rapidez a cada momento. 

Dorismar lanzó un grito de terror y cayó de bruces contra el suelo. Entre las otras tres asistentes del mago le sostuvieron una teta y entre dos mujeres trapecistas la otra. Apenas lograron separarla unos centímetros del suelo y el tamaño ya se había multiplicado. Las tres asistentes y las dos trapecistas se dispersaron, huyendo en todas direcciones. Kay-Chen abrió los ojos. Las tetas habían crecido de tal manera que apenas dejaban rendija en la pista. Sólo allá en medio se notaban dos llamas amarillas que no podían ser otras cosas que los ojos del mago.         

*Para más información sobre Francisco Enríquez consulte www.averotico.com/profile/FranciscoEnriquezMunoz

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