jueves, 21 de abril de 2016

Literatura argentina: el relato triunfante

por Federico Guzmán Rubio 
                                (México)

Con justicia, el relato triunfante de la literatura argentina es el fantástico y experimental, con la figura de Borges situada en el centro de ese Aleph. Pero pocos escritores fueron tan conscientes de la arbitrariedad del canon como Borges, por más que esa palabra no estuviera de moda cuando él hablaba de inventar a sus precursores. Fue él quien se burlaba de la Historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas al afirmar que sus ocho tomos eran “más extensa que la literatura argentina”, dejando en claro que la crítica, la historia literaria y la noción de literatura nacional son también y sobre todo pura invención. La frase “cuento fantástico argentino” se encuentra tan naturalizada que su enunciación sepulta otras lecturas: más extraño resultaría hablar de “barroco argentino”, de “novela social argentina”, de “intimismo argentino”, de “literatura del interior” o incluso de “costumbrismo porteño”. 
    Sin embargo, grandes autores se ajustarían mejor a estas clasificaciones que a la ya oficial. Basta leer a Mujica Lainez, por ejemplo, para sentirse seducido por su retablo textual, tan barroco como el de una recargada capilla novohispana. De “El matadero” de Echeverría y Amalia de José Marmol a El traductor de Benesdra y Vivir afuera de Fogwill, Argentina también ha ensayado explicarse a través de la literatura. Jorge Barón Biza escribió una obra maestra, El desierto y su semilla, en la que disecciona su cataclismo familiar, ajeno, al menos en apariencia, a la dictadura de Videla y a la crisis de 2001. Juan José Saer y Antonio di Benedetto nacieron en provincia, pero, a diferencia de Sarmiento y de Lugones, escribieron sobre “el interior” sin complejos. 
    Roberto Arlt y Marco Denevi se perdieron en Buenos Aires, una de las ciudades más literarias del mundo, sin la menor intención de resultar universales, sino con la desmedida ambición de ser auténticos porteños. Al concluir esta operación de desmontaje, queda la certeza de que sólo una literatura especialmente rica es proclive a desintegrarse, dinamitando las categorías comúnmente admitidas. No existe “la” literatura argentina porque ésta es demasiado rica como para caber en una sola explicación, en una sola historia, en un solo relato: el relato majestuoso de la literatura argentina es el de su inexistencia. 



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