por Guy Rozat Dupeyron
Muchos críticos se burlan de Cristóbal Colón por haber creído alcanzar las Indias, pero —al despreciar la pretensión del genovés—, olvidan algo fundamental: que esas tierras, “las Indias”, eran para Occidente una fuente inagotable de riquezas. Desde la época grecolatina, de Asia llegaban especias, tintes, joyas y tejidos. Los europeos imaginaban que ahí existían islas de oro y plata, enriquecidas por piedras preciosas que rodaban en las aguas de sus ríos. Y si creían en la riqueza de esos ríos, era porque pensaban sus aguas emergían del paraíso terrenal que ellos mismo situaban en esas regiones.
Muchos críticos se burlan de Cristóbal Colón por haber creído alcanzar las Indias, pero —al despreciar la pretensión del genovés—, olvidan algo fundamental: que esas tierras, “las Indias”, eran para Occidente una fuente inagotable de riquezas. Desde la época grecolatina, de Asia llegaban especias, tintes, joyas y tejidos. Los europeos imaginaban que ahí existían islas de oro y plata, enriquecidas por piedras preciosas que rodaban en las aguas de sus ríos. Y si creían en la riqueza de esos ríos, era porque pensaban sus aguas emergían del paraíso terrenal que ellos mismo situaban en esas regiones.
En las Indias todo era prodigioso: árboles gigantescos,
infinidad de monstruos y hasta hombres que de un salto se subían a los
elefantes. También en lo moral, las Indias presentaban hombres ejemplares como
los brahmanes.
Este mundo reflejado en los relatos de Marco Polo se difundió
en toda la cultura occidental. Considerado como testigo por sus viajes, su
texto recuperó también una larga tradición que se había plasmado en Plinio,
Solín e Isidoro de Sevilla.
Hernán Cortés, cuando llegó a San Juan de Ulúa, compartió ese
sueño exótico. Después de la destrucción de Tenochtitlán, sus primeras
actividades fueron construir barcos para alcanzar Asia, las islas de las
especias.
Esta omnipresencia del Asía mítica no sólo nutrió sus sueños,
también animó la escritura de ese mundo americano que acababa de someter. El
vencedor se sintió el nuevo Alejandro Magno, figura del conquistador griego en
la cultura caballeresca que le ofreció imágenes retóricas para constituir lo
que Edmundo O’Gorman llamó la “invención
de América”.
De la misma manera en que los indios del Asia creyeron ver en
Alejandro el regreso de un dios lejano, los de América confundieron la llegada
de Cortés con el regreso de su dios Quetzalcóatl. Al igual que los habitantes de
la India entregaron sus coronas; Moctezuma, cedió respetuosamente su imperio al
recién llegado.
Después de escudriñar con cuidado la leyenda de Alejandro en
la cultura occidental, llegamos a la conclusión de que el mito del conquistador
de la India, sirvió para esbozar el primer relato de la conquista. Esto resultó
fundamental para justificar a posteriori la invasión castellana. Es probable
que a Moctezuma no le pasara jamás la idea de entregar su imperio. El hecho de
que Cortés lo afirmara le permitió construir la legitimidad de su nuevo poder:
si los indios se levantaron, la culpa fue enteramente de ellos, ya que se
rebelaron contra su señor legítimo.
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