Noé Cárdenas*
Ajena, el eco fatigado y lento de sus pasos, escalón por escalón, la había fascinado durante el ascenso. Frente a la puerta del departamento, aún en el rellano de la escalera y empapada por la lluvia, se sacó los tacones —el tejido de sus medias también estaba mojado— y sus plantas recibieron el frío pétreo de los mosaicos. Retumbó un relámpago. Dejó a un lado de la puerta su bolso y se quitó la gabardina. El breve vestido apenas cubría su figura vulnerada. El escurrimiento de sus cabellos le congeló los hombros. Con esfuerzo, se libró del vestido y de las medias. Una corriente la hizo estremecer. Advirtió en la penumbra su reflejo, húmedo y expuesto, en uno de los ventanales del rellano. Su piel era rayada hasta la cola y su sexo aún ardía. Sangraban algunas partes de la seda de su cuerpo. Se repasó con la lengua las heridas. Sintió hambre y dolor. Un ominoso recuerdo estuvo a punto de manifestarse.
Más información sobre Noé Cárdenas en https://twitter.com/#!/Noedrus
Ajena, el eco fatigado y lento de sus pasos, escalón por escalón, la había fascinado durante el ascenso. Frente a la puerta del departamento, aún en el rellano de la escalera y empapada por la lluvia, se sacó los tacones —el tejido de sus medias también estaba mojado— y sus plantas recibieron el frío pétreo de los mosaicos. Retumbó un relámpago. Dejó a un lado de la puerta su bolso y se quitó la gabardina. El breve vestido apenas cubría su figura vulnerada. El escurrimiento de sus cabellos le congeló los hombros. Con esfuerzo, se libró del vestido y de las medias. Una corriente la hizo estremecer. Advirtió en la penumbra su reflejo, húmedo y expuesto, en uno de los ventanales del rellano. Su piel era rayada hasta la cola y su sexo aún ardía. Sangraban algunas partes de la seda de su cuerpo. Se repasó con la lengua las heridas. Sintió hambre y dolor. Un ominoso recuerdo estuvo a punto de manifestarse.
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