Noé Cárdenas (@Noedrus)
Y entonces, no bien había amanecido, cuando los teléfonos celulares, ahora transformados en smart phones, sobrevinieron como hunos en la vida cotidiana y se asentaron como la plataforma idónea para catapultar a las redes sociales.
Jamás se había visto tan masiva a la comunicación masiva. Las nuevas deidades tecnológicas requerían sacrificios que los multiplicados usuarios entusiastas -en India ahora había más móviles que inodoros- realizaban sin siquiera darse cuenta de lo que sacrificaban: “gozarás de absoluto acceso a la información, pero no reflexionarás”; “estarás comunicado permanentemente de tal suerte que el día y la noche desaparecerán de tu universo, pero no podrás conversar, no podrás hablar-mirando-a-los-ojos ya nunca más”.
Reconcentrados en los minúsculos teclados querty de mano, a los usuarios qué les iba a importar reflexionar -que reflexionen los wiki-nerds-, ni les iba ni venía la conversación, eso era cosa de ancianos en los cafés de las películas antiguas, de la época cuando se fumaba; lo “de hoy” era publicar el mayor número de fotos atrevidas de la vida pública y privada, indistintamente, sin escrúpulo alguno y lanzar comentarios al estilo lo-primero-que-se-te-venga-a-la-mente, entre más evocador de letra de canción o de cliché fílmico o televisivo mejor. Eran los tiempos de la impudicia como virtud.
Mientras el ingenio suplantaba definitivamente a la inteligencia y la erudición trivial sustituía al razonamiento, algunos adelantados con poder tuvieron la visión de que semejante avalancha informativa serviría para implementar un sistema de ventas personalizadas muy sofisticado, y otros más imaginativos decidieron almacenar todo ese ruido endemoniadamente fragmentario y veloz en las bibliotecas, esperanzados en que en el futuro se inventen sistemas que detecten frases y expresiones y sepan interpretar los sentimientos, las emociones y los estados de ánimo de la especie en determinado momento o periodo de la Historia.
La mecanografía se convirtió en un saber antiguo, casi tanto como la escritura manuscrita, y se empezaron a diseñar adminículos para enmendar, reconstruir o de plano suplantar falanges, tendones y músculos que anteriormente habían conformado el pulgar oponible.
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