martes, 21 de julio de 2020

Sprezzatura en César Aira


por Luis Bugarini
       (México)

La costumbre del escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) de publicar sus textos por separado –esto es: si escribe cuatro relatos publica el mismo número de libros y no una reunión de ellos, como es la práctica–, le ha generado cierto renombre de autor profuso aunque desguanzado. Sus libros ofrecen varias felicidades, entre otras: (i) ser breves, una virtud cada vez más apreciada debido a los tiempos de urgencias y ligereza que vivimos; (ii) relatan historias que se complejizan según avanza la trama, hasta derivar en un artefacto verbal indistinguible de cualquier situación onírica con visos de realidad, mismo que no ofrece una salida clásica –eso que la crítica más triste denomina el “redondeo” de la historia–; (iii) pasan de largo ante el exotismo tropical y la capitalización política del drama latinoamericano.
   Toda su narrativa puede leerse como un ejercicio de episodios sueltos sin intención de embonar o, menos aun, transmitir una historia gratificante al lector. Aira forma parte de esa vertiente de la actual literatura argentina y latinoamericana que no se detiene a meditar los problemas políticos, para concentrarse en fabular utilizando un lenguaje distante de la ampulosidad y la “construcción de una identidad” a través de serpentinas gramaticales. No es difícil cerrar cualquiera de sus libros y sentir que hemos sido estafados, que ese libro contiene todo menos literatura, que se amplió el abismo entre la persecución de una idea compartida del arte y las acciones específicas que la procuran. Esto no es casual. El arte contemporáneo igualmente es un ejercicio libérrimo de solipsismo. Cualquier pieza de Damien Hirst o Tracey Emin, por ejemplo, nos ayudarían a probarlo. El escritor argentino se inscribe en esta escuela de la radicalidad, no obstante que sus efectos pasan desapercibidos para el ojo sin entrenamiento. Sus libros admiten una lectura “ingenua” y otra más analítica, la cual intuye que las junturas que la unen esconden algunos secretos.
   La sprezzatura, por su parte, es un término acuñado en el siglo XV, era del disimulo y la habladuría exquisita de salón. Implica una actitud próxima a ese descaro propio del cortesano que disimula cualquier sentimiento con garbo. Significa llorar sin que salga una lágrima, colgarse sin soga o tirarse desde un puente a un río sin agua. El practicante de este disimulado arte impide que el sentimiento brote a flor de piel. Esto deriva de que en la corte no debían apreciarse las flaquezas, ni aun aquéllas derivadas de la apreciación justa del arte más alto y sus vericuetos. El oficio literario, ejercido en su condición más alta, es una impostura. Para escribir se utilizan las máscaras que resulten necesarias para saltar de una situación a otra. El multiperspectivismo de la narrativa no se logra compenetrándose con los personajes que pueblan una novela, sino erigiendo una frontera de cristal para darles vida mirándolos a la distancia. Mismo caso de la poesía posmoderna, no obstante las ideas románticas insufladas a la lírica añeja.
   Aira ha tomado para sí la tarea de manufacturar objetos verbales con la distancia más remota posible. La cercanía entre el libro y el autor que se leen en Roberto Artl (Buenos Aires, 1900-1942), Rodolfo Walsh (Río Negro, 1927-Buenos Aires 1977) o el propio Fogwill (Buenos Aires 1941-2010), desaparece en sus libros y esto los dota de una autonomía que les hace perder “un sello distintivo”. Su narrativa se lee como si fuese escrita con guantes. Es el crimen perfecto, imposible de rastrear por una unidad especializada de peritos. Sólo después del trato frecuente con sus libros destella –utilizo el término más apropiado– alguna cualidad compartida. Un fenómeno que sucede en libros como Un episodio en la vida del pintor viajero (2000) o Las aventuras de Barbaverde (2008). Parménides (2006), por ejemplo, podría haber sido escrito por cualquier biógrafo del filósofo griego. La mímesis con lenguajes que no son propiamente literarios sino informativos, acentúan la feliz engañifa de quien puede absorber las cualidades de un lenguaje específico e importarlo hacia otra geografía.
    Esta elección es una forma extemporánea de radicalidad aunque no se lea desfasada. Aira está lejos de ser un vanguardista ya que no le interesa serlo. Proponerse la diferencia obliga al énfasis y la voltereta, el vuelo de la espiral y el uso de silbatos estridentes. El autor argentino es un discreto. Además: entrega libros a las editoriales trasnacionales y, al mismo tiempo, a la pequeña aventura editorial que se fundó tres días atrás. Es una obra aún dispersa por toda América Latina, por lo que urge una reunión de novelas para leerlo de cuerpo entero. Es una carrera literaria que lo mismo ofrece una historia para recordar que un misterio para descubrir. Y más: todo escrito con un lenguaje sobrio que nos retira la tentación de utilizar aquellos colores grandilocuentes de ese trópico mítico que aún Europa busca en los autores latinoamericanos. Dejar atrás a Gabriel García Márquez no es tarea sencilla –porque tiene que suceder: es la rueda del tiempo–, pero se logra paso a paso.
   Así que el mundillo literario se asemeja a una corte palaciega de intereses cruzados, en donde el pueblo es el Lector, tan lejos de aquello que le darán a leer, y los demás cortesanos son los escritores, editores y periodistas. Todos al servicio de un objeto: el libro. Para sobrevivir en ese entorno se requiere un rostro impasible ante el fracaso y la sonrisa más amplia para los días ocasionales de sol. Sprezzatura para abrirse paso y también para encarar la falta de imaginación. Acaso el lector no lo detecte. 




"Aquí no pasa nada"
 Osiris Puerto 2011.



Publicado en Gaceta Cariátide Brevedades Literarias Año 4 Vol. 8B Otoño 2014.




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