por Martín Gardella
(Argentina)
Tras largos meses de expectativa, noté el centelleo de una botella entre la espuma. Un papel amarillento, perfectamente enroscado en su interior, me traía sus noticias. Decía que le gustaban mis cartas, que deseaba conocerme y que también estaba enamorándose de mí.
Sentí el impulso de echarme a nadar, abandonar aquella isla aburrida definitivamente. Sería capaz de cruzar el océano para ir a buscarla, sin importar la distancia a la que estuviera la otra orilla. Sin embargo, una línea inesperada al final del mensaje complicó todos mis planes. Allí, en odiosas letras claras y bien definidas, distinguí mi propia firma.
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