jueves, 25 de febrero de 2016

Macedonio Fernández o la vigilia de los lectores por venir


por Carlos Pineda
               (México)

Si publicar todos los días es el requisito para ser escritor, Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952) no lo era… pero charlante sí, gran conversador también. Para él, toda escritura debería quedar inédita, más aun, no debería ser siquiera escritura, si no oralidad. Sin embargo, su obra prosística es un digno reto para cualquier gran lector, ya que se debate constantemente entre el ensayo y el cuento; la disertación metafísica y el humor negro; el absurdo y una soberbia estructura lógica que soporta sus infinitas digresiones. 
   Con este panorama, podemos atrevernos a sintetizar en tres aspectos la esencia argumental de su escritura: la eliminación del yo a través de argumentaciones metafísicas (lo que implica la eliminación de la muerte); el desmoronamiento de las concepciones lógicas de la existencia y el “Humor Conceptual”, esto es, que “el desbaratamiento de todos los guardianes intelectivos en la mente del lector por la creencia en lo absurdo que ella obtiene por un momento, lo liberta definitivamente de su fe en la lógica”.
   Lo que Macedonio pretende es que el lector vislumbre un momento de irrealidad, de “flotación lógica”, donde la existencia sufra un cisma en sus fundamentos y logre así una ruptura radical con la razón. De ahí que los órdenes por donde transcurre el pensamiento se vean violentados, obligándonos a ser sujetos del hecho cómico gracias al choque de nuestro intelecto con lo absurdo. Hay renovación, cierto, pero no para volver al mismo estado de las cosas, sino para lograr que el individuo sea consciente de su insubstancialidad. 
   Aunque este autor argentino nos legó una topografía literaria constituida por libros inclasificables por su extrema experimentalidad y su trasfondo metafísico e iconoclasta, como No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), Papeles de Recienvenido (1929) y Museo de la Novela de la Eterna (1967), ya para 1952, año de su muerte, el hombre de letras había sido suplantado por el mito literario; y como suele ocurrir en estas situaciones, se dejó de leer a Macedonio para idolatrar ciegamente a la figura romántica del escritor excéntrico. La obra macedoniana aún espera que la pléyade de escritores en ciernes, talleres, facultades y cantinas, dejen de hablar de él y por fin lo lean. 




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