Iván Escoto Mora
Desde la Conquista, las tierras que hoy son conocidas como el continente americano, han sido objeto de explotación desmedida. Basta observar la forma en que se extrajeron de sus minas, metales tantos, que alcanzaron para abastecer durante siglos las arcas de los grandes monarcas europeos y sus cortes dispendiosas.
Maderas preciosas, recursos del fondo de los mares, plumas exóticas, animales; el fecundo vientre continental se ha expoliado con ahínco. Hoy sus vetas, antes frondosas, se encuentran exhaustas. Tras sus ruinas florece abundante la miseria. En Latinoamérica brotan diáfanos contrastes: la fortuna se concentra en reducidos polos, perfectamente definidos y aparentemente inmutables, la carencia por su parte, se distribuye sin reparo entre los más.
El conglomerado continental se encuentra a la zaga de otros pueblos. Ello quizá obedezca al estado de inconsciencia que subyace entre sus habitantes, condición propalada desde los centros de poder, estos sí, bien organizados para erigirse como beneficiarios del masificado analfabetismo.
El monopolio de la riqueza se ha ejercido en sentido uniforme, acumular bienes y anular mentes. El hombre es reducido al papel de engrane: con función robótica produce, inducido por la obsesión, consume. La maquinaria de la modernidad no admite críticas, la disidencia es extirpada, en su contra se decanta la inercia del sistema, los togados oficiales tejen discursos justificando el exterminio.
En tierras del subdesarrollo, los hombres han errado al encerrarse en sus problemas como si fueran independientes de la región. Los pueblos no se han dado cuenta, como décadas atrás dijo Mario Benedetti, que “en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos”.
Los dueños del poder aprovechan todas las circunstancias, aplastan la escasa oposición, débil y desbandada, que se les enfrenta. La arbitrariedad cernida gravemente sobre el cono sur continental, es producto de la ausencia, de la falta inexcusable de conciencia universal.
Es equívoca la aseveración de quienes ven en Latinoamérica un impedimento endémico para su desarrollo. Carece de constatación objetiva, la afirmación que halla en la pródiga fauna y flora, en la abundancia natural o en la bondad climática, el origen de una supuesta condición de holganza insuperable y por ende, generadora de rezago.
A pesar de los infinitos lazos que unen a los pueblos de la región, parece no existir entre ellos una conciencia general que les implique y les haga sabedores de su unidad, elemento necesario para la subsistencia. Éste es el grave problema del continente sur.
La realidad latinoamericana no es producto de la providencia ni de la casualidad, sino de una condición de indiferencia colectiva que envuelve a los hombres y a los pueblos en un estado de abandono.
Al estar conscientes de su colectividad, los individuos son más que entes aislados, se convierten en sujetos universales. La consciencia de colectividad tiene una doble consecuencia, por un lado, hace que los hombres aprehendan la existencia de lo universal en la individualidad y, por otra parte, les permite reconocer al ser individual como elemento que conforma el bienestar general.
En los actos humanos sobrevuela una misma esencia, equivalente y por tanto, recíproca; de esta manera, los pueblos, como los individuos, detentan un mismo fin que les vincula en forma inexcusable.
América Latina es un mosaico de modos: lingüísticos, religiosos, gastronómicos, costumbristas, económicos, etcétera. Pero aún dentro de su apariencia disímbola, conserva contenidos iguales. Es menester apreciar la unidad del pueblo latinoamericano como pieza conformante de una realidad en la que, reconociendo su diversidad, se asuma idéntica en su existencia. Sólo así se podrá defender, a carta cabal, el interés común latinoamericano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario